Así reza el eslogan promocional
de la segunda temporada de Bloodline,
igual de electrizante que ese “No somos
mala gente, pero hicimos algo terrible”, aunque si algo tiene esta segunda
tanda de episodios es que el estilo de la serie, y sus características formales
quedan intactas.
Spoilers hasta el episodio 23.
La crítica más que cálida con el
estreno de la serie aunque no entusiasta, y las nominaciones a los Emmy
parecieron caer en saco roto, aunque muchos la nombraron como la mejor ficción
de Netflix, una que quizá cayó en un saco demasiado grande como para destacar.
Su primera temporada finalizó con
la muerte de Danny Rayburn, esa oveja negra descarriada, timadora y drogadicta
que puso en jaque la paz y tranquilidad de lo que se supone era esa maravillosa
familia que tiene un hotel paradisíaco en los cayos de Florida. ¿Esa tan
maravillosa esa familia? Quizá era esa oveja negra la que tapaba los errores
cometidos por los demás, pero, muerta la oveja, los secretos de los demás salen
a la luz.
Era complicado el hecho de
manejar a un personaje que está muerto y que debe seguir apareciendo en la
trama y los creadores de Damages lo consiguen, es más, consiguen crear un
atmosfera asfixiante con la aparición del hijo nunca conocido y el juego del
gato y el ratón entre John Rayburn y Marco Díaz. Un juego peligroso que va
destapando la historia de la muerte de Danny hasta el punto en el que los
buenos no son tan buenos y los malos son mucho peores.
Interesantísima la interpretación
de un Kyle Chandler que se pasa la temporada sudando la camiseta con un gesto
que se va torciendo más y más durante los 10 episodios que la componen. Una
caza de brujas que deja expuestos también a sus hermanos. Por una parte el
insoportable y drogadicto Kevin (¿está hecho el personaje así o es culpa del
actor?) y por otra la guapísima Meg, una mujer que no sabe lo que quiere y que
vive una vida que le parece ajena.
La serie es un embudo, que va
colando el líquido poco a poco hasta que se produce un embozo al final de este
y ahí aparecen todos los residuos del pasado. Y ahí es cuando el trío de
hermanos se rompe, cuando Meg decide contarle todo a su madre, Kevin matar a
sangre fría a Díaz y John coger carretera y manta cuando se da cuenta que su
vida está a punto de irse al traste.
Y ese es el cliffhanger de la
temporada, y quizá de la serie. Los pronósticos no son muy halagüeños, ya que
Netflix aún no se ha pronunciado y los incentivos del rodaje en Florida ya no
son tan buenos como antes. Esperemos que no sea así, y podamos disfrutar de una
tercera temporada, que a los que les gustó la primera y segunda disfrutaran
enormemente, pero a los que les costó engancharse quizá no.
Bloodline es un producto diferente, diría que elitista si ese mismo
término no me pareciera una gilipollez. Lo que queda claro es que su estilo
enamora o espanta y eso en sí es una gran virtud.
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