Ya van siete y parece increíble, pero Weeds sigue reinventándose a cada paso que da, no como True Blood de la que quería hacer una review de su reentré pero no cuenta nada nuevo, y esta vez da un salto temporal de tres años.
Spoilers sobre la season premiere:
¿Quién quería ver tramas carcelarias? Yo, desde luego no, aunque el único momento celda con ese beso homosexual ha sido, cuanto menos, inesperado, pero si algo bueno saben hacer los guionistas de Weeds es sorprendernos cuando parece que ya nada puede hacerlo. Ahora vemos a una Nancy perdida, que debe buscar un nuevo rumbo en su vida viviendo semi-encarcelada en esa casa con el señor pareado, que da bastante grima, e interactuando en escenas tan divertidas como la de la sauna. Eso si, el regalo envenenado de su amante en forma de arsenal no tiene, de momento, ningún sentido.
Tampoco lo tiene la vida que llevan los demás en Copenhague, Andy y Doug siguen haciendo de las suyas, mientras que Silas sigue siendo el único con un poco de cordura, aunque nos lo quieran poner de modelo buenorro sin neuronas y Shane parece haber madurado un poco en vista a anteriores temporadas, aunque continúa siendo todo un capullo y sigue manteniendo una obsesión materno-filial con Nancy que hace que vuelva corriendo a América en su búsqueda.
Coherente es la acción de Nancy al no querer que nadie sepa que ha salido de la cárcel, y mezcla de acto egoísta con sentido común, más coherente aún es la decisión de la hermana de considerar al hijo de esta y de Esteban como suyo, aunque pueda parecer horrible, que todos sabemos como se las gasta la adicta al café helado.
Como en años anteriores el primer capítulo de la temporada sirve para sentar las bases de lo que veremos durante todo el verano en la que se supone última temporada de Weeds, esperemos que no lo sea, porque estos personajes siguen dando todavía mucho juego.