Episodes ha terminado su segunda temporada en la BBC (aunque Showtime acaba de estrenarla), mientras que The Killing hizo lo propio hace unas semanas en AMC, ese canal que creíamos nos sacaría de pobres, dos series que son como el agua y el aceite pero que han tomado caminos referentes en cuanto a su desarrollo en las cruciales segundas temporadas. Algún día os hablaré de la maldición de la cuarta temporada, hoy no es caso.
Episodes es claramente el aceite, porque flota, como hace su protagonista en el agua, y porque no tiene más pretensiones, queda arriba como una capa bien engrasada de personajes absurdos y situaciones inverosímiles que ha funcionado a las mil maravillas, sobretodo durante este segundo año, donde los personajes han evolucionado y tomado cuerpo y donde los chistes metatelevisivos están cada vez más conseguidos.
A mí nunca me ha gustado Matt LeBlanc, no me parece un buen actor, pero tiene un par para enfrentarse a este personaje pseudoreal que nada tiene de real y reírse de si mismo en todos los sentidos. Le viene como anillo al dedo, al igual que los a veces adorables a veces cansinos ingleses que lejos ya del shock cultural de los primeros capítulos se configuran como la chispa de la serie y los protagonistas del cotarro con su relación “ahora-si-ahora-no te follaste a Matt LeBlanc y no puedo superarlo”. Mención aparte merecen los esperpénticos secundarios que dan un toque brittish muy marcado a la producción con Merc Lapidus, su esposa ciega, la hiperactiva Carol, la secretaria ausente o Myra y su continua cara de asco a todo. Impagable.
Las tramas son rocambolescas, del estilo te regalo este boli con las iniciales Y.C.O.M.T, me ha salido mal un implante de mejilla y debemos resolverlo con un croma y efectos especiales o me siento solo y llamo a mi acosadora para tirármela.
Da igual, no importa, porque está en su mejor momento, los gags son frescos y los actores perfilan sus personajes. ¿Lo peor? Que tanto las audiencias en UK como en USA no están respondiendo como toca y una tercera temporada parece complicada, esperemos que no.
El agua es The Killing, porque se ha mostrado impermeable como los paraguas y los chubasqueros que llevan los personajes en la serie, porque se queda debajo como un poso al que cuesta legar y aunque no fallida, el misterio no daba para tanto.
Con una tanda de episodios por caso hubiera sobrado, y por ello nos encontramos con una primera parte de la temporada bastante soporífera en la que lo que más nos importa es la bajada a los infiernos de Linden y ese pobre niño copia de Justin Bieber al que aparca en cualquier motel infecto y no quien le hizo la puñeta a la pobre Rosie.
La atmósfera está bien, los personajes definidos, pero el caso no da para tanto, 26 episodios son demasiados para descubrir un asesinato y quizá sea ese el motivo por el que no seguiré la serie si continúa más allá de esta temporada. Su falta de ritmo me produce ansiedad, y seguro que esa es la sensación que están buscando sus creadores cuando la vemos, pero por eso mismo no es mi tipo de serie, un thriller te tiene que poner cardíaco aunque sea lento, y The Killing lo hace pero sólo en contadísimas ocasiones.
A pesar de todo, la resolución de su temporada es satisfactoria, no cae en giros de tuerca inverosímiles sino que se muestra bastante coherente. Eso si, no se si tiene el mismo final que su homónima danesa o si el fallo es de la americana al haber dado más vueltas y dilatar en el tiempo su trama.
Linden y LeBlanc son anti-héroes, porque si no lo sabéis ahora no se puede hacer una serie sin un protagonista que no lo sea, pero al final siempre caen de pie. Las segundas temporadas son difíciles, porque hay que asentar el tono y construir la base para una posible continuidad del producto. Episodes ha aliñado bien todos sus ingredientes mientras que The Killing los ha cocido a fuego demasiado lento.
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